El ambiente olímpico nos ha alejado un tanto de la pelota nacional; no podemos mentir al respecto. Los aficionados, pegados al televisor, y los periodistas, ocupados en extenuantes coberturas, solo han podido mirar de reojo lo que sucede en la lid de las bolas y los strikes
El ambiente olímpico nos ha alejado un tanto de la pelota nacional; no podemos mentir al respecto. Los aficionados, pegados al televisor, y los periodistas, ocupados en extenuantes coberturas, solo han podido mirar de reojo lo que sucede en la lid de las bolas y los strikes.
Esto no nos toma por sorpresa, y tampoco a los rectores del pasatiempo nacional. Desde que se anunció la fecha de comienzo de la Serie 56, justo el mismo fin de semana que arrancaban los Juegos Olímpicos, teníamos claro que el nivel de atención no sería el mismo, y lo asumimos como el precio que debíamos pagar para tener un campeón a finales de enero, al igual que en las ligas dominicana, puertorriqueña, mexicana y venezolana, protagonistas junto a Cuba de la Serie del Caribe.
Era una medida necesaria, porque no po-díamos permitirnos por cuarto año consecutivo llegar al exigente certamen regional con una escuadra que había ganado la corona seis o siete meses antes. Quebrada la dinámica colectiva y el inigualable ambiente de éxito que se vive cuando se gana un campeonato, nuestros planteles llegaron a la Serie del Caribe con una imagen gris, algo que ahora puede variar radicalmente.
En aras de corregir el rumbo se modificó el calendario del clásico beisbolero, que desde hace dos semanas se juega con el habitual concurso de todas las provincias, cuyas novenas saltan a los diamantes bajo el cruento sol de agosto, pues la mayoría de los choques son en horario vespertino.
Por el momento, hay una media de asistencia a los estadios que en contadas ocasiones supera los mil espectadores, de acuerdo con los reportes de cada partido, lo cual confirma que el ambiente olímpico atrapó a buena parte de la afición, que además se resiste a acudir a los parques en las tardes.
Dicha situación no va a variar, pero ya con la lid bajo los cinco aros terminada, debe crecer el nivel de afluencia a los diamantes, sobre todo en provincias que han comenzado a todo tren, despertando expectativas en sus territorios. Tal es el caso de Camagüey, anclado en una impensada tercera posición con ocho triunfos en 12 salidas.
Dirigidos por el manager debutante Orlando González, los agramontinos han ganado cada uno de sus compromisos particulares ante escuadras que el año anterior se incluyeron en el grupo de ocho clasificados a la segunda ronda: Ciego de Ávila, Industriales y Las Tunas, además del colista Guantánamo. Sin dudas, un paso sorprendente, del cual tendremos más detalles en próximas ediciones, con criterios del alto mando del plantel.
Y si relevante es el paso de los camagüeyanos, qué podemos decir de Matanzas, intratable con una decena de éxitos, cifra que les ofrece una gran tranquilidad en sus aspiraciones de clasificación. Podemos decir que han cumplido un tercio del camino necesario para garantizar la cima en la presente fase, tomando como referencia que los líderes de los pasados tres torneos ganaron 31 partidos, máximo, e incluso, en uno de ellos el puntero quedó en 28 sonrisas.
Esas son, a grandes rasgos, las notas más relevantes del campeonato hasta la fecha, sin obviar que los Tigres avileños, monarcas defensores, han arrancado entre altibajos, con mucho poder ofensivo, pero agujereados la mayoría de sus lanzadores. Del resto no hay mucho que decir, todavía tenemos una pequeña muestra para el análisis en nuestras manos, y ahora lo que corresponde, finalizados los Juegos Olímpicos, es ponerse al día de inmediato.
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