A primera vista parecía un hombre adusto. Sin embargo, en pocos minutos de conversación afloraban su justeza y calidez
A primera vista parecía un hombre adusto. Sin embargo, en pocos minutos de conversación afloraban su justeza y calidez.
Mi trato con José Ramón Fernández nació varias décadas atrás. La primera vez que coincidimos aconteció mucho antes de inaugurarse los Juegos Panamericanos de La Habana’91, cuando explicaba a un grupo de periodistas las características de las instalaciones que, en pleno periodo especial, construía Cuba para honrar la palabra empeñada de ser sede de esa competencia continental.
Entonces no faltaron voces opuestas al proyecto, en medio de una situación económica apremiante para nuestro país, mas recuerdo los dignos argumentos con los que Fernández –dando continuidad a la certeza del futuro éxito del clásico augurado por el Comandante en Jefe Fidel Castro– defendió la dicha de reunir a deportistas de toda América en La Habana y Santiago de Cuba.
Obvio comentar acerca de aquella cita del músculo, donde los anfitriones lideraron sobre Estados Unidos. Hoy solo diré que repetidas veces estuvo en las gradas alentando a los nuestros el «Gallego Fernández», conocido y cariñoso epíteto regado como pólvora entre quienes lo trataron, especialmente los deportistas.
Atento a lo publicado en la prensa, acostumbraba a intercambiar opiniones con los autores de los textos. Lo hacía desde una mirada de cubano con criterio propio, respetuoso aun cuando discrepara. No hubo llamada a su oficina que no respondiera con inmediatez, solícito, siempre indagando por los detalles y exigiendo, invariablemente, la línea de la Revolución.
Nunca reclamó mérito alguno. Trabajaba desde muy temprano como presidente del Comité Olímpico Cubano (COC), cargo que desempeñó desde 1997.
Hoy, su condición de Presidente Honorífico del COC deja en los cubanos, y en el movimiento deportivo de la Isla, un legado que enalteció con honradez y desvelo.
