Omara burla al viento
Volar por las pistas es su encomienda, su objetivo, por el que se prepara hace meses, en muchas ocasiones bajo la inocente mirada de su hija Erika
Omara Durand tenía 16 años en el 2008, cuando compitió en los Juegos Paralímpicos de Beijing como una tierna adolescente. El memorable Nido de Pájaro, inmenso escenario sede de las lides de atletismo, veía irse sin medallas a una de las más grandes promesas de las pistas en el deporte para discapacitados.
Lesiones y la lógica presión de sobreponerse en aras de triunfar, finalmente la alejaron del éxito en la capital china, pero tres años más tarde preparó un contundente asalto en la remota Christchurch, la ciudad más grande de la Isla Sur en Nueva Zelanda.
Allí pulverizó el récord mundial de los 200 metros en la categoría T-13 (débiles visuales) con crono de 24.24 segundos, muy superior al 24.45 que la estadounidense Marla Runyan había implantado 16 años atrás, en el lejano 1995. Aquello no le bastó, y en los Parapanamericanos de Guadalajara, México, se convirtió en la primera mujer de su modalidad en quebrar la barrera de los 12 segundos en el hectómetro con imponente 11.99.
Omara es consciente de que sus triunfos comenzaron justo en esos tiempos, pero llegaron como fruto del trabajo de años, de la dedicación al deporte en su natal Santiago de Cuba, donde descolló como una de las grandes exponentes del atletismo, al margen de su enorme afición por el voleibol y la gimnasia rítmica.
“Corría mejor y más rápido”, señala sobre su inclinación final por el atletismo la velocista indómita, mujer de pocas palabras que en solo unos días buscará aumentar su cosecha en citas bajo los cinco aros, cuando el Estadio Olímpico João Havelange, el popular Engenhão, la reciba como una de las grandes favoritas a colgarse varios metales dorados durante la magna lid de Río de Janeiro.
Antes Omara tendrá el honor de ser la abanderada de la delegación antillana en el mítico Maracaná, donde desfilará al frente de sus compañeros. “Para mí ser la portadora de la bandera en representación de todo el equipo es un orgullo muy grande”, nos confesó antes de partir a Río, donde, precisamente, este miércoles en la tarde fue izada la enseña nacional en la Villa Paralímpica.
Volar por las pistas es su encomienda, su objetivo, por el que se prepara hace meses, en muchas ocasiones bajo la inocente mirada de su hija Erika, de tres años, sin dudas una notable motivación. Con ella en mente, correrá en Río en los 100, 200 y 400 metros planos, buscando con particular empeño la corona del doble hectómetro, y siempre acompañada por su guía en la carrera Yuniol Kindelán, otrora miembro de las escuadras nacionales de atletismo.
Luego de ganar los 100 y la vuelta al óvalo (con récord para los Juegos) en la cita paralímpica de Londres 2012, los 200 aparecen como un objetivo a batir, nos cuenta, aunque sin indagar en pronósticos, los cuales rechaza.
“Me siento bien y he entrenado duro, punto”, espeta de forma contundente. “No me gusta anticiparme a lo que pueda suceder, ni pensar en las medallas que pueda coger, solo decir que no tengo lesiones, físicamente estoy perfecta, voy a dar todo en el terreno y veremos qué pasa en la pista”.
Ocho años después del trago amargo en Beijing, Omara Durand ha madurado. Sus piernas han destrozado primacías universales una y otra vez, guarda un sinfín de metales áureos en su vitrina, y a pesar de que “las rivales europeas aparecen como una seria amenaza en Río por su gran preparación”, ella espera regresar a Cuba con nuevos triunfos; sabe que para lograrlo solo debe burlar al viento.
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