terça-feira, 16 de agosto de 2016

MIJAÍN, TRICAMPEÓN OLÍMPICO

La Herradura parió la gloria de toda Cuba


El tricampeón olímpico y cinco veces monarca mundial de lucha grecorromana, Mijaín López, fue el único gladiador que se fue sin un punto en contra

El espectacular movimiento de Mijaín a los 28 segundos de pelea desarticuló por completo a su gran rival, el turco Riza Kayaalp. Fotos: Ricardo López Hevia, enviado especial
RÍO DE JANEIRO.—¿Dónde Leonor va a colgar esta medalla, la más grande, la que ha hecho crecer la historia? “Mi mamá ya tenía el clavito listo, ella sabía que esta iba para su colección”, así nos respondió el ya tricampeón olímpico y cinco veces monarca mundial de lucha grecorromana, Mijaín López Núñez, tras la premiación de la división de los 130 kilogramos de la XXXI Olimpiada.
Marcelo, un periodista español, me preguntó si él era tan querido en Cuba como los peloteros. Le dije que sí, porque es una gente muy humilde, y el colega me expresó: “Sí, lo veo agradeciéndole con besos y abrazos a personas que a lo mejor no conoce, de veras se ve tan sencillo como inmensa es su geografía humana”.
Mijaín es la expresión de un pueblo que como pocos ha hecho mucho por el deporte. Desde la pequeña Cuba, en medio de ese Caribe redentor, al mundo le ha nacido esta muralla de músculo, que en una de sus primeras palabras con la hazaña en el medio del pecho, nos emocionó al externar sus sentimientos. “Le prometí al difunto Teófilo Ste­venson, al más grande, que conquistaría esta presea y se lo dije a Félix Savón también. Es un gran orgullo, no una meta, el hecho de haber cumplido”.
Y la gloria le cabe toda al modesto pueblo de La Herradura, en Consolación del Sur, Pi­nar del Río, una comarca que no pasa de 210 kilómetros cuadrados ni de 10 000 habitantes. Sin embargo, es la noticia del planeta olímpico, pues él capitalizó en el colchón de lucha la gran obra de un pueblo pequeño, sin los grandes capitales o riquezas de quienes pasean su poderío en estas elitistas citas.
Lo hizo con magistral presentación, como lo hacen los tocados no por la magia, sino por el trabajo y el sudor de muchos años de preparación que le permitieron llegar hasta acá después de aquel debut en Atenas 2004, donde vio bajar a su hermano Michel del cuadrilátero boxístico con el título bronceado, mientras él se marchaba con un quinto puesto.
Mijaín entra a la historia con tres títulos olímpicos, algo al alcance de muy pocos mortales. Foto: Ricardo López Hevia, enviado especial
“Viví los triunfos de mis hermanos en el boxeo como si fueran míos, pero no me gustaba verlos enredarse a golpes, aunque ­practico un deporte de combate, este depende de la fortaleza”.
Ahora en esta ciudad, fue el único gladiador que se fue sin un punto en contra. Abrió con el estonio Heiki Nabi, reeditando la final de Londres 2012, y lo derrotó 3-0; después doblegó 4-0 al sueco Magnus Euren, y al más avalado Sergey Semenov, de Rusia (3-0), con lo cual quedó instalada la final que todos esperaban frente al turco Riza Kayaalp, el único mortal que lo ha podido vencer en nueve años, en los Mundiales del 2011 y 2015, siempre en año preolímpico. “Los errores co­metidos te enseñan y vienen los olímpicos para enmendarlos, justo en el momento más encumbrado para un atleta”, nos comentó.
Llegó a la disputa del anhelado trofeo sin excederse, incluso algunos periodistas co­men­tábamos que no se le veía fuerte. Pero realmente, Mijaín trazó con milimétrica precisión cada paso del día. Su maestría deportiva le dio la posibilidad de ajustarse a las condiciones actuales de sus 34 años, poniendo su fuerza y su acertada estrategia en pos de alcanzar el último combate como si fuera la primera vez que se subía al encerado. En tan­to, Riza caminó a golpe de superioridad y pe­gada en todas sus lizas preliminares.
Pero solo 28 segundos después de arrancar la final, un supplés de excelsa ejecución hizo volar al fornido turco. Inmediatamente lo sacó del área competitiva para otro punto que redondeaba las cinco unidades. La sexta fue una falta de su adversario, y “dije que iba a bailar samba en Brasil y la bailé”. De paso, a los que dudaron, los dejó sin palabras.
La proeza de Mijaín hace que la lucha iguale la cantidad de coronas alcanzadas en una lid de este tipo, pues Borrero había dado el primer alegrón. Fue en Barcelona 1992 la primera vez que se lograron par de pergaminos áureos, cuando Alejandro Puerto y otro pinareño, Héctor Milián, tocaron la gloria olímpica. Por eso tras ser declarado vencedor corrió hacia las gradas para encontrar el abrazo pinareño de Milián, que parecía allí un león enjaulado de tanta felicidad, como si él hubiera luchado junto a Mijaín.
Su espectacular proyección mandó a Cuba hasta el lugar 19 del medallero, y según me dijo un conocedor de este deporte, la cosecha no pa­rará aquí. Gustavo Rollé, uno de los grandes de la lucha en nuestro país, nos aseguró que se va a igualar la mejor actuación de la lucha en Juegos Olímpicos, justamente la de Barcelona, donde se consiguieron dos de oro y tres de bronce.
La bandera cubana subió a lo más alto mientras se escuchaba el himno nacional por segunda vez en Río, llevando a la Mayor de las Antillas al puesto 21 del medallero.Foto: Ricardo López Hevia, enviado especial
En las tribunas de la Arena Carioca 2, banderas cubanas en manos de médicos y algunos residentes aquí ondeaban con cada movimiento del gigante luchador. De sus gargantas salía el ¡Cu­ba! ¡Cuba! que pronto contagió a todos en el re­cinto, lo mismo a brasileños que a voluntarios, o al resto de los luchadores que no se querían perder un instante del inolvidable momento. La emoción estaba grabada también en los rostros de los oficiales, de los federativos de lucha. Una le­yenda viva del deporte mundial estaba en la cima del olimpo, pero más que eso, un ser humano muy querido hasta por sus propios oponentes.
Esas mismas emociones tienen que haber hecho temblar a toda Cuba, mientras aquí los pechos se apretaban con las notas del himno nacional y verlo parado en los más alto del podio en atención, con saludo militar. ¿Qué quisiste decir con ese gesto? “Cumplí con mi Comandante, con mi pueblo”. Y también con su familia, con Bartolo, su padre, que una vez, cuando se fracturó con 11 años una pierna en la escuela deportiva, fue hasta ella a sacarlo. “Se acabó esto”, le dijo, pero Leonor, sabiamente y con ese instinto maternal, convenció al esposo y le regaló al mundo este histórico 15 de agosto, cuando el orbe se alumbró justo a las 5 y 49 minutos de la tarde en Cuba, con esta medalla de oro.
Tal vez Caridad tampoco vio esta pelea, ella nunca lo hace, prefiere verlo después vencedor, le dijo una vez a TelePinar, porque la vecina de Leonor y Bartolo sigue pensando que “ese niño es lo mejor del mundo”. No se equivoca Ca­ridad, y Bartolo lo corroboró al afirmarle a la televisora “para mí la medalla más im­portante de Mijaín es su corazón, su nobleza y el compromiso que tiene con esta Revolución, sin la cual no hubiera sido nada, como hijo de campesinos pobres y de piel negra”. Su madre fue más directa: “Mijaín es más patriota que campeón”.

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